Saludos lectores,
Un día tuve un sueño, que me sorprendió por lo complicado que era y por la nitidez con la que recordaba algunos fragmentos al despertarme. Creí que era una historia curiosa y que quizá podría escribirla, lo hice. Luego se la di a mi abuelo para que la leyese, porque le gusta leer lo que escribo. Ya sabéis como son los abuelos con sus nietos, para ellos no existe nadie más perfecto. Pero me dijo, que hace tiempo, mucho tiempo leyó un libro dónde el caso y la solución planteada era muy similar y que hacía poco había vuelto a pensar en esa historia. Fue una casualidad asombrosa, el poder inimaginable del subconsciente ya que estoy segura que en algún momento de mi vida debió hablarme de tal libro, que ahora no recuerda su nombre ni su autor, y yo en un momento dado acabé soñando con la historia y quise rescribirla. A continuación os dejo mi escrito, con la esperanza de que alguien se lo lea, recuerde la novela y me pueda dar la reseña:
Francisco Serra Pintado falleció la noche de San Juan de 2008. Lo encontraron en su casa, sentado en el sillón frente a la ventana de la buhardilla. Presentaba un disparo en la sien, un abrecartas clavado directamente al corazón y olía a almendras amargas. Serra era oncólogo en el Hospital Clínico, aparentemente no tenía enemigos ni negligencias medicas conocidas, era buen médico y buena persona. Sus amigos le querían y sus conocidos le deseaban el bien. Por eso causó un estrépito importante el hecho que apareciese muerto de un día para otro y nada más ni nada menos que asesinado de tres maneras diferentes a la vez. Por lo extraño del caso, las autoridades mandaron como encargado al policía que creían más apto; Ramón Torrequebrada. Era un hombretón grande como un armario, de aspecto brusco y expresión severa. Sin embargo, también era conocido por su gran sentido del humor, por su sensibilidad sin par, por su amor incondicional hacia los gatos y por su estúpida afición de devorar lecturas policíacas.
Visto el panorama que ofrecía el escenario del crimen, parecía que Serra hubiese estado pacientemente esperando su muerte. Sentado, solo, en su sillón observando los fuegos artificiales desde la ventana de la buhardilla. Celebrando San Juan consigo mismo. Torrequebrada comenzó por enviar el cuerpo a los forenses para dictaminar cual de las tres era la causa de la muerte, y continuó por estrujarse el cerebro intentando adivinar que motivos podría tener alguien para matar de tres maneras distintas al mismo hombre.
Al poco tiempo de estar de vuelta, en su despacho, el teléfono comenzó a sonar estrepitosamente. Una vocecilla temblorosa, de mujer asustada le confesó en un susurro el asesinato del señor Serra. Concertó una cita con ella y, cinco minutos antes de la hora exacta, la encontró sumisamente sentada en el banco de la entrada. Carlota Saavedra, apenas llegaría a los 20 años, estudiaba farmacia en la Universidad de Barcelona, era bajita, delgada, morena y de mirada extraviada. Cada sonido que salía de sus labios, se transformaba en una convulsión de todo su cuerpo, la corroía la culpabilidad. Torrequebrada, al mirarla, sentía que ella era incapaz de hacer daño a nadie, y menos de matar a un hombre de una manera tan cruel. Durante su reunión volvió a sonar el teléfono del despacho, era Gerardo del Castillo que también se confesaba culpable de la muerte del Serra. A los diez minutos tenía a ambos sospechosos sentados en el despacho y ya empezaba a vislumbrar la sucesión de los hechos, Carlota era cómplice y Gerardo el brazo asesino. Gerardo del Castillo era un hombre de mediana edad que trabajaba en la oficina de correos, a primera vista parecía no tener ningún rasgo excesivamente característico. Era castaño, de ojos oscuros con ojeras permanentes, llevaba la barba mal afeitada y le sudaban las manos. Torrequebrada comenzó a exponer su teoría cuando volvió a verse interrumpido por el sonido del teléfono. Ahora se trataba de Tomás Santamaría que, como los otros dos, confesaba ser autor del asesinato del oncólogo. Santamaría era un hombre repulsivo, bajito, barrigón, de pelo grasiento y de un rubio sucio. Le faltaba un diente y no tenía intención de aparecer por la consulta de ningún dentista, escupía al hablar y su aliento apestaba a tabaco barato.
Tras un rato de hablar con ellos Torrequebrada descubrió que ninguno de los tres se conocía, eran tres desconocidos que habían decidido matar al mismo hombre la misma noche de San Juan. Torrequebrada encendió un cigarrillo y empezó a escuchar pacientemente sus declaraciones:
- Hacía ya un tiempo que Francisco y yo nos veíamos. Al principio a mi él ni siquiera me gustaba, pero ya sabe a veces las cosas van como van y una se ve en medio de un torbellino que no sabe hacia dónde gira, ni hacia dónde va, ni cuando parará. Y Francisco era así, me quería a mí porque soy joven y medio estúpida, pero él seguía amando a su mujer. ¿Usted sabe lo duro que es competir con una muerta? Perderla fue lo peor que le pudo pasar, ella le entendía era una mujer fuerte y vigorosa, alta esbelta, rubia…perfecta. Y yo solo ganaba porque estaba viva, solo por eso. Estoy segura que él ni siquiera me quería, ni tan solo un poco… Peor me engañó, a su manera claro, quizá ni se dio cuenta que estaba conmigo por estar con alguien, porque era fácil, barato y no tenía que dar explicaciones a nadie. Eso es lo bueno de los secretos ¿sabe? Como lo nuestro estaba mal visto nadie podía saberlo, y es tan fácil mentir…mucho más de lo que parece. Yo no había mentido nunca, hasta que conocí a Francisco, entonces todo el mundo creyó que me había apuntado a clases de Francés. ¿Francés yo? Menuda estupidez, realmente no se porqué me creyeron, si a mi las lenguas se me dan más que mal…Pero bueno, allí estaba yo mintiendo una vez, y otra y otra hasta que me enamoré de Francisco. Yo se lo dije, porque soy así y porque ya estaba harta de secretos y mentiras, le dije que me había enamorado y que me daba igual que lo supiese la gente, que no quería secretos. ¿Y sabe usted lo que me dijo, lo sabe? Pues se rió de mi, se rió con ganas y me dio dinero “anda, ve y cómprate cosas bonitas. Ya sabes que dinero todo el que quieras”. Eso, eso me dijo… Claro, pero usted es hombre y no sabe lo que se puede sentir cuando te dicen eso. Y de pronto me di cuenta de mi situación, que yo estaba sola y que el único hombre al que había amado en mi vida en realidad, no valía ni el mendrugo de pan más duro del mundo. Pero usted sabe que contra el amor no se puede luchar, y bien yo seguía amándole en silencio. Decidí no volver a verle nunca, porque no podía soportarle le odiaba y le amaba a la vez. No se si nunca ha tenido esa sensación….pero yo ya no podía más, no podía soportar saber que existía, que vivía ni recibir mensajes suyos. No podía, era superior a mis fuerzas… Así que me decidí a matarle, en realidad le estaba haciendo un favor. Porque él no quería vivir, lo único que quería era a su mujer y ella estaba muerta, ¡MUERTA! Pues, no me fue demasiado difícil robar cianuro del laboratorio de la universidad, parece mentira pero realmente fue fácil… quien me lo iba a decir. Al principio todo era una ficción en mi cerebro, era como la justiciera. Yo…yo siempre he sido muy parada ¿sabe? Siempre he hecho todo aquello que querían que hiciese, siempre he sido la hija sumisa, la amiga confidente, la alumna aplicada, la amante callada…y, ya no podía más y le maté. Si, le maté. Le puse cianuro en el café como en los libros y en las películas, su muerte al menos sería digna de mención saldría en los periódicos como salió la de su mujer ¿recuerda? María Oleguer, pianista tuvo un accidente de tráfico y perdió la mano derecha. Ya no podía volver a tocar y a los pocos días, a pesar de estar estable murió de repente. Dicen que fue de pena, pero yo creo que Francisco la mató. Porque él era así, un romántico empedernido. Sabía que su mujer, la que el conocía, de la que se enamoró había muerto al perder su mano… ¿Cómo puede sobreponerse una pianista a la pérdida de su mano … no podría volver a tocar ¿comprende? Por eso estoy segura que la mató, pero él era médico y sabía como hacerlo para que nadie se diese cuenta. Y….yo quería matarle a él, por raciones viscerales, egoístas y ridículas frente a la sublime muestra de amor que él le dedicó a su mujer. Ni en eso pude compararme a ella, yo… soy así, soy una asesina…
- Yo…bueno, yo apenas conocía al señor Serra. Bueno, en realidad él no me conocía a mí. Yo era su cartero, le llevaba las cartas cada día. Recibía muchas postales ¿sabe? Cada semana alguna, de cualquier parte del mundo pero siempre con matasellos de Barcelona. Era extraño pero aún era más extraño lo que decían las cartas… lo, lo acusaban de la muerte de una mujer. Decía que le había inyectado potasio mientras estaba en el hospital, convaleciente, y que por eso había muerto pero que todo el mundo lo atribuyó al accidente que había sufrido poco antes. Todas, todas las postales decían lo mismo, lo acusaban y le advertían, le decían que tarde o temprano saldría a la luz…que un asesino jamás queda libre ya sea por la justicia o, a falta de ella, por la toma de la justicia por parte de alguien. Yo…bueno, me sentía mal llevándole ese tipo de cartas cada semana, y bueno al final acabé por quedármelas yo, al fin y al cabo el las tiraba a la papelera más cercana en cuanto las recibía y a mi me intrigaban. Creía que le hacía un favor ¿sabe? Yo, pensaba que todo era una broma de mal gusto, que ese pobre hombre era un médico honrado que lo le había hecho daño a nadie. Pero…luego me enteré de la muerte repentina de su mujer, de lo que acaba de hablar ella. Y bueno, ligué cabos o creí hacerlo. Pero me convencí a mi mismo de que en realidad, Serra no era un buen hombre, que había acabado con la vida de su mujer. Bueno… ¿Usted ha visto la ventana indiscreta? ¿De Hitchcock? Bueno pues hice algo parecido, me dediqué a espiarle. Y entonces me enteré de su lío con esta señorita, y yo estaba bastante en contra y acabe temiendo por su vida. Ella es tan joven… y él era mucho mayor que ella y…yo, yo estaba convencido de que había matado a su mujer ¿sabe? No, no podía estar tranquilo sabiendo eso. Ve, ¿ve estas ojeras? Casi no he dormido, hace por lo menos un mes que no duermo una noche seguida, me despierto viendo el asesinato de esta mujer, una y otra vez y….en fin, decidí ir a hablar con Serra. Cuando le mostré las postales que había estado quedándome y le confesé que sabía lo suyo con una estudiante, montó en cólera, me derramó el café encima y se abalanzó sobre mí. Salí corriendo de allí, pero volví por la noche. Él estaba sentado en su sillón y cuando quiso darse cuenta lo había inmovilizado y le clavé el abrecartas. Lo maté, lo maté con su propio abrecartas sin razón para hacerlo, porque no puedo probar que él matase a su mujer… yo, yo…fue, irreflexivo, lo hice sin pensar. Estaba poseído… Jamás le he hecho daño a nadie, nunca, ni siquiera me pegué en la escuela. No, nos e porqué lo hice.
- Bueno, lo primero que tengo que decir es que yo no hice nada por sensiblería estúpida. Yo maté a Serra a conciencia, a sangre fría y con premeditación. Fui a su casa la noche de San Juan y le pegué un tiro en los sesos así… ¡PUM! Total a mí me daba igual si moría al instante o se desangraba, era un tipo que me caía mal. Y además lo maté por la espalda, cobardemente si quiere. Pero lo maté yo, estoy seguro. En realidad a mi me daba igual que hubiese matado a su mujer o que tuviese una relación con una pánfila… pero él tenía dinero, yo lo sabía porque salió en los periódicos cuando murió la pianista. Así que me dediqué a hacerle chantaje. Le enviaba millones de postales diciendo que sabía lo del asesinato de su mujer, porque perdóneme pero la policía hizo un trabajo pésimo. A ver, dígame como puede ser que nosotros tres cada uno por su cuenta supiese que la mujer de Serra fue asesinada por su propio marido y no hubieses hecho nada al respecto… ¡bah! Da vergüenza este país… No, no se enfade conmigo, que pronto podrá arrestarme, meterme en la cárcel y dejar que me pudra ahí. Lo que yo quería era su dinero, nada de justicia total a mí que me importa. Y además de las postales que el estúpido este de correos se dedicaba a interceptar, le enviaba cartas y e-mails pidiéndole dinero. El dinero tampoco era para mi, que soy mala gente, ya lo se, pero tengo familia también. Y a ellos no les meta en esto, que no saben nada. Yo quería su dinero porque me estoy muriendo. Tengo cáncer de pulmón y me quedan menos de dos meses, pero no tengo mucho dinero y mi mujer no gana demasiado tampoco. Yo quería que mis hijos estudiasen una carrera, porque el mayor no, pero la pequeña es brillante ¡Brillante! Ella quiere ser música, pero de eso no se vive…pero le gusta, toca el piano y su profesora dice que es buena y idolatraba a María Oleguer. Aspiraba a ser como ella, y casi se me muere la niña al leer la noticia de su muerte. Por eso, porque ella estaba como obsesionada por esa mujer me enteré de todo, porque a ver yo leer lo que se dice leer como que no, ni periódicos, ni nada. Que no tengo tiempo vamos, ni me gusta para que nos vamos a engañar pero yo soy tonto y mis hijos no lo son, ellos tenían que estudiar pero tenemos poco dinero y si yo me muero pues aún vamos a tener menos. Yo, yo quería el dinero del mamón este del médico para salvar a mis hijos. El mató a su mujer y mi hija lo sintió como si se hubiese muerto su hermana…así que en cierto modo me lo debía. Pero si no quiere verlo así no lo vea, lo maté por dinero y listo. Pero el muy cabrón no me dio el dinero, no señor, tubo que hacerme la jugarreta de darme un cheque ¡un cheque! Y encima sin fondos. Yo quería eso de las pelis, un maletín y dinero y punto. Pero nada, que no le entraba en la cabeza, decía no sequé de que sería muy sospechoso. ¿Y a mi qué? Joder, que yo solo quería la pasta. Bueno, al final lo maté porque me hartó, y me quedé así sin ver un billete. Pero no me van a meter en la cárcel, porque me estoy a punto de morir y si me mete me muero ahí que ya ve lo que a mi me importa. Que más da morirse en un sitio que en otro, peor lo que no quiero es que arreste a estos dos, que no les conozco pero me recuerdan a mis hijos. Y además que yo dejé mil pruebas en la sala, y acabarían por pillarme. Si ya me había hecho a la idea…pero bueno, vi en la tele a estos dos idiotas y tuve que venir. Ya me dirá usted, ¿no habría hecho lo mismo?
Poco después Torrequebrada recibió la llamada del forense, Serra había muerto por paro cardíaco. Muerte natural, tres intentos de asesinato pero el doctor murió por causas naturales. Sin duda estaba destinado a morir la noche de San Juan.
Junio 2008