domingo, 29 de junio de 2008

Oblomov o la destrucción del amor

Saludos lectores,

He recibido el siguiente artículo que habla sobre Oblomov, de Iván Goncharov, de manos de un autor que me ha pedido encarecidamente que le permita mantener su anonimato. Pese a todo, yo no puedo quedarme indiferente frente a tan agradable sorpresa de modo que me veo moralmente obligada a expresar mi pasmosa gratitud frente al inicio de lo que yo deseaba al comenzar éste blog, un libre intercambio de opiniones. Así, que aquí os dejo su artículo junto con mi promesa de leerme Oblomov;

Siempre que se piensa en la bella Rusia, se evoca a Tolstoi, a Dostoyevski, a Puishkin o a Chéjov, grandes autores del desasosiego y la humanidad, románticos exaltados en virtud de un proceder que suele asemejarse al frenético e incesante hurgar de la musaraña. Raras veces recordamos a un tal Iván Goncharov pese a ser toda una institución en Rusia. Goncharov es autor de una única gran obra: Oblomov. Ésta trata de un cándido burgués terrateniente, venido a menos por el peso del trabajo, fracasado como funcionario y echado a perder a nivel estético. Un hombre sin inquietudes ni intereses más allá de lo meramente cotidiano. No es destacable en ningún sentido y no por ello, pese a lo que se podría pensar, pasa desapercibido ante los ojos del romántico escritor.

Oblomov vive en un piso del centro de San Petersburgo. Su criado, Zájar, es incapaz de mantener el orden y la pulcritud en tan ajado antro de viejos. Ambos viven de la renta que reciben de las tierras de Oblomovka (las tierras de Oblomov), cada vez más escasas debido a la corrupción del administrador y la vagancia de los mujiks (mozos de cuadra). Oblomov resta indiferente a esta situación y ello le lleva a una ruina parcial de la que saldrá mudándose al campo, obedeciendo al que considera su único amigo, Shtolz. Éste ha de llevárselo casi a rastras ya que Oblomov es totalmente incapaz de tomar una decisión.

Una vez en el campo, la situación cambia drásticamente, pues Oblomov se enamora de Olga, una mujer delicada y bella. Olga ve en Oblomov un potencial tremendo, un hombre educado y discreto, que parece desentenderse de las cuestiones que afectan al mundo. A su vez, Oblomov se conmueve cuando Olga canta Casta Diva. Con este caldo de cultivo empieza su romance pero, al igual que el resto de cosas en la vida de Oblomov, éste nunca llega a oficializarse. Gracias al hiperactivo Shtolz (antítesis de Oblomov), Olga se da cuenta de que está enamorada de un futuro que nunca llegará, pues el presente se pasa el día tumbado en el diván. Oblomov ya era consciente de esta circunstancia i había previsto el fin del idilio con anterioridad.

El final de la novela es de los mejores que jamás se han creado. Nunca he sido partidario de desvelar los finales, aunque sea de libros clásicos, y ahora no haré una excepción. Solo diré que los últimos capítulos no dan lugar a esperanza alguna. Goncharov no creía que las personas pudieran mejorar. Como buen ruso de principios del XIX, la gracia, la naturaleza humana y el destino regían su vida de tal modo que no existía ningún tipo de permeabilidad que diera lugar al sueño americano. El infierno, entendido como un campo de trabajos forzados en Siberia, no tiene escapatoria. Ya asistimos al ocaso de Raskolnikov (ni siquiera el amor lo salvó) y ahora nos proponen algo peor, si cabe, a lo vivido por el héroe de Dostoyevski. Ser conscientes de la presencia de la muerte y de sus consecuencias puede ayudarnos a cambiar (sí, Goncharov, cambiar) pero la perpetua reflexión sobre esas consecuencias puede llevarnos a un holocausto intelectual que nos haga desear una Siberia eterna, fría y justa.

lunes, 23 de junio de 2008

¡Maldito baile de muertos!

Hoy, por primera vez, se fijó en los buitres del acantilado, y pensó en su propia muerte. Mirando al pasado se ha dado cuenta que no hay nada de lo que se sienta orgullosa, pero tampoco le ha importado demasiado. Solo se ha visto invadida por un extraño sentimiento que no puede definir del todo, una especie de melancolía triste, llena de desencanto. Se ha descubierto dándose cuenta de lo muy poco, incluso inexistente, que ha hecho nunca. Pura nulidad, desamparada, sola y sabiendo lo necesario de la soledad para el conocimiento de uno mismo.

Un autoanálisis exhaustivo, incompleto, incongruente… Soledad acompañada de la mano de su propia compañía, básica, y sí, admirable.

A veces comparaba el acantilado con un pozo de sabiduría. Quizá no fuera sabio, pero sabía usar las palabras y llenar el corazón. No como ella, que con un solo gesto o una palabra de consuelo conseguía mitigar el dolor hasta hacerlo disminuir transformándolo en un gránulo perfectamente manejable y fácil de esconder. Creedme, no es muy complicado ser como ella. Únicamente es cuestión de desprenderse de la conciencia, sin dejar se ser, uno se rige por el equilibrio interior, basado en la no culpabilidad de los hechos. Ella puede dormir sin desvelarse, sin pesadillas, sin frustraciones ni ningún tipo de sufrimiento. Simple y llanamente por el goce del dormir por dormir. Puede dejarse llevar de pleno a un mundo paralelo dónde todo es o no es o fue o dejó de ser, segura de su voluntad y siempre por el propio placer, sin provocar ningún daño en los demás seres. Duerme sin tener que despertarse y acudir a la inminente llamada de la realidad. Pero sabe que si se refugia entre sueños, deseos y anhelos vivirá en sueños, en ficciones, sin vivir, y cuando se acabe descubrirá su mísera existencia.

Hoy, por primera vez, se fijó en el vuelo de los buitres del acantilado. Y ha descubierto una extraña capacidad para observar, ha aprendido que casi sin hablar puede llegar a formarse un esbozo algo parecido a la realidad. Ella es impresionable y capaz de admirar en los demás las virtudes y habilidades que ella no tiene. Mirando el vuelo circular de los buitres se ha dado cuenta que ansía saber más, comprender, adelantarse a sus actos, seguir sus pensamientos… Resulta, que el conocer a medias el alma noble del acantilado, superior e inquietante le alborota los sentidos y le entumece el cerebro. Desespera por estar al tanto de los futuros senderos que recorrerá, pues le alegrará conocer sus palabras y sus consejos, porque cree que pueden ayudarla, de modo un tanto inhabitual, a mejorar como persona. Pero se siente impotente frente al gran tamaño del acantilado y la noble danza de sus hijos, no consigue comprender su lenguaje.

No deja de intranquilizarse pues se guía por intuición, instinto o corazonada y cada vez más a menudo deja olvidada la razón. Hasta que se une a la danza desesperante, trazando círculos concéntricos en el aire. Y ellos siguen danzando, esperando a que, agotada, les deje culminar su baile.

Marzo 2008

miércoles, 18 de junio de 2008

Y sin saberlo, Kafka se apoderó

Saludos lectores,


A veces ocurre que sin razón aparente se te vienen unas ideas a la cabeza y las escribes tal cual en un trozo de papel, al rato las relees y te gustan. Entonces, decides pasarlo al ordenador para que no se pierda y meses después encuentras un documento con palabras tuyas que te llegan como si fuesen de otro. Bien, pues algo así me ha pasado hoy y como en la entrada sobre Nieve acabó apareciendo Kafka como una presencia asociada a la letra K y el escrito que he encontrado lo escribí poco después de leerme un libro recopilatorio de algunas de sus obras, he decidido que los astros pueden haberse alineado para mandarme esta señal o que, simplemente, podría ser buena idea colgar algo mío. Aunque, por supuesto, no pretendo deslumbrar a nadie os dejo aquí mis palabras deshilachadas;


Y una brizna de locura,
en sus ojos.
Apenas perceptible.
Un destello momentáneo,
al mirar de reojo, hacia atrás;
al pasado, borroso, antiguo, inerte.
Un atisbo de incredulidad,
ansias de libertad…


Y allí está, esperando,
mirando sin ver, aguardando,
sonriendo al vacío,
agudizando su demencia latente.

Y nadie se da cuenta,
parece tan normal, escéptica.
Tranquila, segura de su inseguridad,
vive, loca creyéndose cuerda
y cuerdos ignorándola loca,
pero vive.

Lee a perturbados agobiados,
guiños de complicidad,
Palabras de comprensión…

Y sigue viva,
esclava de sus sueños,
señora de su reino,
trastornada, sin razón
ida, a ratos,
de vez en cuando.

Y ya nada es igual,
pero todo sigue, normal.


Enero 2008

martes, 10 de junio de 2008

Yasunari Kawabata


Saludos lectores,

Hoy voy a hablar de uno de mis escritores preferidos, Yasunari Kawabata. Lo cierto es que lo descubrí por casualidad durante varano de 2004 que pasé una larga temporada en Olmeda de Cobeta, dónde a falta de otra cosa que hacer me dio por leer largo y tendido. Acabé más pronto de lo que creía mis suministros de lectura así que para pasar el resto del verano ataqué la estantería de mi padre. Allí entre otros libros se encontraba “Kyoto”. Lo leí ávidamente y esa fue la puerta que me adentró al mundo de Kawabata. No sopesé la posibilidad de leer más de Kawabata hasta este año durante el que, por otro casual, cayó en mis manos un ejemplar de “El rumor de la montaña”.

Kawabata a tuvo una vida llena de sobresaltos, nació en Osaka y pronto se quedó huérfano, vivió mucho tiempo en la ciudad de Kamakura, a las afueras de Tokio con su abuelo, hasta que este también falleció. La soledad de su infancia y su juventud hizo mella en su vida y, por supuesto, también en su obra. Estudió filología japonesa en Tokio pero fue ávido lector de célebres escritores ingleses. Durante su juventud experimentó también un gran interés por el mundo del cine e incluso colaboró en el guión de "Una página de locura", película de Teinosuke Kinugasa que espero que pueda llegar a mis manos durante algún momento de mi vida.

La mayoría de sus novelas ocurren en Kamakura ciudad que, pese a no haberla visto en mi vida puedo conocerla palmo a palmo gracias a la delicada descripción que hace de ella cada vez que aparece, bajo distintos puntos de vista con unos u otros personajes pero siempre bajo el son del Shinkankaku-ha. El Shinkankaku-ha no es más que el estilo o la escuela bajo la que normalmente escribe Kawabata, literalmente significa algo así como “la nueva escuela de las sensaciones”. Se trata de un estilo que no he encontrado en otro autor, fresco y rico en adjetivos, de descripción casi constante pero precisa y nada engorrosa. Con la naturaleza siempre presente que se une y se entrelaza a lo que sería el hilo argumental de la novela como si fuese una presencia mística imparable, indomable pero tan grande, fuerte a la par que delicada, como cada una de las personas que nacen, viven y mueren en cada fragmento de los libros de Kawabata. La importancia del ritmo, las imágenes, la capacidad para describir cosas sorprendentes fueron intereses que proclamaron las revistas de su época como algo nuevo y deslumbrante. Más tarde abandono, en parte, el Shinkakaku-ha para centrarse en La Escuela del Nuevo Arte que acentúa la urbanidad y la atracción por lo erótico, grotesco y sin sentido en un contrapunto único y completamente suyo. Sin embargo, todas sus novelas tienen algo en común, una esencia compartida que, a veces, me inclino a pensar que puede tratarse del alma del autor aunque muy probablemente no sea nada más que una lisonja poética que permito que aflore en mi cerebro.

Durante su primera etapa escribió una serie de relatos breves que denominó “Historias de la palma de la mano”. Se trata de cuentos breves, la mayoría con un rasgo de inacabado, de apunte o de fragmento con una lógica muy peculiar, es esta narrativa concentrada la que se encuentra al lado de Kawabata durante toda su obra. Tres meses antes de su muerte Kawabata realizó una obra inédita, redujo su obra más conocida, "País de Nieve", a un cuento de la palma de la mano. Nadie acaba de comprender el porqué de esta miniaturización que, algunos aseguran, fue la que le impulsó al suicidio a la edad de 72 años quitándose la vida inhalando gas.

domingo, 1 de junio de 2008

Nieve, Orhan Pamuk



Saludos lectores,


Como bien aventuró Marcel en la entrada anterior, Nieve de Orhan Pamuk tenía todos los números de ser la candidata ideal para iniciar el contenido de mi blog. Es la última novela que me he leído hasta le fecha y una de las que más me ha impactado. Mis más allegados saben cuanto me ha agradado y mi reciente obsesión por este autor, otra de sus novelas, Estambul, aguarda pacientemente en mi mesilla de noche a que me decida a iniciarla y poco a poco iré consiguiendo sus demás libros para ir reconstruyendo su obra. No en vano Pamuk ha recibido el premio Nóbel de literatura, pues realmente Nieve puede calificarse, sin temor a exagerar, como una auténtica proeza literaria.

Recorremos los caminos de Nieve de la mano de Ka, un poeta turco que, por una serie de circunstancias, decide viajar hasta la ciudad fronteriza de Kars dónde ha sucedido una inquietante ola de suicidios entre las jóvenes estudiantes y dónde el fenómeno meteorológico de la nieve siempre está presente. Nuestro personaje proviene de un ambiente cosmopolita de Estambul, ha estado exiliado en Occidente, luce un vistoso abrigo, los creyentes lo acusan de ateísmo y el gobierno no quiere que escriba sobre los suicidios. De modo que se ve acosado por los indiscretos espías policiales a lo largo de toda la novela. La ciudad de Kars está dibujada con precisión en toda su conmovedora miseria, pero sus habitantes se resisten a nuestro entendimiento, incluso uno de ellos, Facil, se dirige directamente a los lectores para decirnos que no creamos nada de lo que Orhan escriba en su novela, pues nadie a parte de ellos es capaz de comprender a los habitantes de Kars. La imponente presencia de las dos hermanas, Ipek y Kadif, en la vida de Ka dota de voz a las mujeres turcas, a la par que el coro de muchachas suicidadas es utilizado a voluntad según la posición ideológica de los demás personajes. La fuerza de los jóvenes estudiantes del instituto de Imanes y Predicadores habla por la religión, liderados clandestinamente por Azul, un persuasivo extremista islamista. Sin embargo Azul no ha conseguido anular del todo la inteligencia y voluntad de los hermanos de sangre Necip y Facil, que profesan cierta atracción hacia el ateo Ka con quien se sienten libres al exponer sus dudas y sus esperanzas tanto sobre sus creencias como sobre su futura novela de ciencia ficción. Gracias al colosal arte narrativo de Pamuk, somos capaces de entrever parte de la Turquía más profunda y menos conocida a través de los ojos de un turco y las palabras de otro que habla por él sin que por ello, ninguno de los dos se sienta ligado a los hechos que suceden pero, a la vez, incapaces de verse perteneciendo enteramente a otro país.

En su sexta novela Pamuk ha conseguido elevarse en Turquía como una eminencia de revuelo equivalente al que en Occidente tendría una estrella del Rock. La novela en si está plagada de sutilezas que inevitablemente perdemos a través de la traducción, por ejemplo nieve en turco se dice Kar, el protagonista se llama Ka y toda la historia sucede en la ciudad de Kars. Son estas pequeñas cosas las que confieren a Nieve una musicalidad especial que a nosotros solo nos llega a medias pero que el traductor, amablemente, nos va guiando por el camino. La brutal crítica política que contiene dicha novela le ha causado a Pamuk represalias de todo tipo en su país, tanto en boca de islamistas extremos como en la de laicistas convencidos del bien de la occidentalización. Conseguir enfadar a todas las posiciones, a la vez que crear un libro digno de ser nombrado merece, sin duda, ser considerado no sólo una proeza literaria, sino también una lectura esencial para estos tiempos.

De modo que tras esta redundante frase, solo me queda la esperanza que mi entrada completamente parcial os haya abierto las ganas de indagar sobre esta novela con vuestros propios ojos.