miércoles, 23 de mayo de 2012

Tiempo


¡Saludos lectores!

Para gratitud de Roberto este mes os dejo con un relato propio de hace mucho tiempo (Marzo del 2006). 


TIEMPO

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Completamente ensimismada iba dejando que transcurriera el tiempo. En ese momento no le importaba para nada estarlo perdiendo. Su visión del mundo en esos instantes se veía reducida al pequeño trozo de papel que llevaba en sus manos. Para nada le importaba el resto del universo. Dejaba pasar miles de paradas de metro, hacía más de media hora que debería haber bajado, pero no se veía capaz de entrar en casa. No podía imaginarse aparecer frente a sus hijas y contarles lo que ocurría. Tampoco quería hacerlo. Si pudiese se dedicaría a negar la realidad, pero era una mujer racional, razonable y de mentalidad clara. Los hechos eran unos, había que aceptarlos. Solo estaba asustada porque esas noticias asustan a cualquiera.

En un descuido miró el reloj, y vio que apenas le queda tiempo para acudir a su cita. Como cada martes había quedado para comer con su marido. Teniendo vidas tan separadas intentaban encontrar siempre momentos para estar juntos. Sin embargo de hacía un tiempo a ahora las cosas ya no eran las mismas. Se habían vuelto más fríos y se les agotaban los temas de conversación. Ella incluso había llegado a pensar que ya no se amaban. Que ni siquiera se querían. Por supuesto eso la entristecía más que cualquier cosa, pues él era el hombre de su vida y deseaba volverle a amar como al principio.

Ese martes iba a ser distinto. Ella iba a contárselo todo, tenía la esperanza de poder salir juntos del paso. De afrontar los dos las dificultades, como lo hacían antes. Pero no podía dejar de pensar en la extraña sensación de que algo iba a ir mal. Bueno, de que algo iba a ir aún peor.

***

Llegó un poco antes al restaurante de siempre. Estaba bastante nervioso y volvió a recaer en el vicio de morderse las uñas. Sabía que eso ponía de los nervios a su mujer, por eso intentó dejar de hacerlo. Pero ese martes era distinto, las cosas iban a cambiar. Había tomado la decisión de contarle todo a su mujer. No podía seguir ocultándole su infidelidad, no podía seguir con el rol de familia feliz porque a ella ya no la amaba. Siempre habían apelado a la sinceridad como base de su relación y él llevaba demasiado tiempo fallándole, no se lo merecía.

Se sentó en la mesa de siempre y pidió su comida preferida. Quería darle un buen ambiente para recibir la noticia porque sabía que iba a romperle el corazón. De todos modos, hacia un tiempo que las cosas entre ellos no funcionaban y en su día prometieron no dejar llegar ese momento. Habían fracasado en eso, pero los recuerdos que albergaban eran del todo felices.

La vio llegar, cruzando la calle enfundada en su abrigo verde. Ese abrigo que le había regalado su madre y que cada año decía que iba a tirar de lo viejo que estaba pero que siempre acababa rescatando del fondo del armario.
Comieron en silencio, ninguno de los dos se atrevía a decir nada. Romper esa atmósfera significaba aceptar que las cosas iban a cambiar. Ya, cuando trajeron el postre ella se armó de valor y le mostró el pequeño papel que llevaba en el bolsillo. Intentó suavizarlo todo lo que pudo, pero él se hundió más que nunca. No podía ser que ese mismo martes le hubiesen diagnosticado a ella un cáncer terminal. El mismo martes que él iba a dejarla. Se sintió el ser más miserable de la tierra y optó por no decirle nada. No se lo merecía.

Cuando su mujer fue al baño, él, lloró en silencio. Lloró como nunca había llorado. Iba a permanecer a su lado hasta el final, como antes, afrontando los dos juntos las desventuras. Ese mismo martes, dejó a su amante.

A base de cuidar a su mujer, de proporcionarle los mayores cariños volvió a enamorarse de ella como la primera vez. Incluso más. La amaba más que nunca aún sabiendo que su fin estaba cerca. Ella fue mucho más feliz durante sus últimos días que en toda su vida. El amor que sentía hacia su marido era infinitamente mayor al amor que había sentido nunca.

Por otro lado su fin estaba cerca, ambos lo sabían. Y ella murió en casa, abrazada a su marido con la sonrisa más hermosa asomando a sus labios. Él quedó destrozado para siempre y jamás pudo amar a nadie como amó a su mujer los últimos días porque a fin de cuentas, siempre había sido la mujer de su vida.