viernes, 28 de noviembre de 2008

Otra tanda de escritor sueco

Saludos lectores,

Tras leerme Los hombres que no amaban a las mujeres me hablaron de otra serie policíaca de otro escritor sueco. Estoy hablando del ya conocido Henning Mankell autor de la serie protagonizada por el inspector Wallander que le ha convertido en un escritor de fama mundial y con cifras de ventas millonarias. Tengo que reconocer que hasta el momento solo me he leído el primer tomo de la serie, Asesinos sin rostro, (aunque voy ya casi por la mitad del segundo, Los perros de Riga) pero creo que tan solo con eso ya puedo decir que se trata de una buena serie con la que pasar el rato.

No es una maravilla literaria, ni una obra maestra de la narrativa pero si una novela policíaca dónde el protagonista pese a ser gris, pesimista y poco triunfador, cae bien. De momento se han traducido 14 tomos de la serie al español y se pueden encontrar en la económica edición de Tusquets editores o si no siempre existen las bibliotecas… Asesinos sin rostro se inicia con un inspector Kurt Wallander que atraviesa uno de los momentos más sombríos de su vida, su mujer acaba de abandonarle, su padre está enfermo, su hija apenas le habla, esta ganando peso, bebe demasiado, duerme poco y comete alguna que otra imprudencia. Este veterano policía debe ponerse al frente de la investigación de un brutal asesinato de un anciano matrimonio de granjeros de Lernap. La mujer antes de morir pronuncia la palabra “extranjeros” repetidas veces, con eso Kurt Wallander y sus ayudantes no sólo tienen que enfrentarse a un asesino a sangre fría sino a una sociedad entera que alberga insospechados sentimientos racistas.

Al leerlo he podido encontrar ciertas similitudes con el libro de Stieg Larsson que comenté en una entrada anterior. Ambos libros tratan una temática similar, si bien el de Larsson está más centrado en los maltratos de las mujeres que en el racismo, media familia de los Vanger fue Nazi en su momento o ahora pertenecen a grupos nacionalistas extremos con lo cual el tema del racismo tiene bastante fuerza en la novela. Al contrario que la primera novela de Mankell que está firmemente centrada en el racismo pero, sin embargo, el matrimonio asesinado sufre maltratos bestiales antes de morir. Así que he llegado a la conclusión que la fuerte violencia del maltrato y el racismo son temas candentes en la Suecia actual. Supongo que la mayoría de gente habrá leído antes a Mankell que a Larsson, ya que Mankel es más conocido, lleva más tiempo escribiendo y su carrera literaria es bastante más extensa. Pero aunque diga que hay varios puntos similares en ambas series, el enfoque y la manera de tratar el tema son completamente distintos de modo que creo bastante interesante leer los dos libros.

¡A ver si os animáis! :)

martes, 11 de noviembre de 2008

El rosal

Era un once de Noviembre frío y desesperanzador. El cielo encapotado amenazaba lluvia, el helado, fuerte y seco viento golpeaba frenéticamente las ramas de los árboles que alocadas crujían al compás del viento cual notas de una célebre melodía diabólica. Pese a la música del viento el pueblo estaba en silencio. De pronto se unieron a la sinfonía de la naturaleza las campanadas de las doce, tañendo ferozmente.

Como movidos por un reloj, todos a la vez salieron de sus casas, jóvenes y viejos. Toda la familia con paso grave y silencioso se encaminó hacia un lugar bien alejado, era su momento, era su dolor privado y nadie que no fuese uno de ellos tenía derecho a interponerse en su camino. Nadie hablaba, nadie se atrevía a romper aquel silencio esperanzador, algunos ya lo tenían asumido, otros aún creían que no era cierto, y unos pocos pensaban que no podrían vivir así. El gris del cielo aumentaba a medida que avanzaba la comitiva silenciosa. Las nubes oscuras se acumulaban sobre sus cabezas, el rugir del viento se acentuaba, andar era un suplicio. La cuesta parecía más acusada que otras veces. Jadeantes, con la pena a cuestas, los ojos llorosos, los rostros rojos y ajados llegaron, al fin.

La hermana enseguida reconoció el lugar, los recuerdos alegres, tristes, cruciales y banales se le amontonaban en la mente. No daba abasto, no podía saborearlos todos, no podía retener ninguno, no podía escoger los mejores. Aparecían uno detrás de otro, sin sonido, sin color como una película muda donde los actores y las actrices eran personas conocidas y la protagonista era la mujer que ahora reposaba en la urna. Se agobiaba por momentos. El chocar de la pala contra la tierra, el sonido de la arena amontonada se le metía en la cabeza, no podía pensar, estaba obligada a ver aquel suceso de recuerdos insaciables.

No paraba, alguien golpeaba enérgicamente el suelo arcilloso con la pala. Esforzándose por cavar el hoyo a la profundidad adecuada. El sonido metálico era angustiosamente agudo, el olor a arena removida y a muerte se le acopiaba en las fosas nasales. No veía a las personas, veía sombras. Sombras que se le acercaban, que la abrazaban, le daban el pésame. Sombras que hablaban, sombras que recitaban poesías, sombras que se despedían, sombras que la recordaban. Una sombra que cavaba con una pala metálica, plan, plan, plan... Por fin paró. El silencio se adueñó de todos, el sonido espeluznante del viento, dos o tres gotas cayeron, las suficientes para humedecer la tierra. “Así crecerá mejor” musitó alguien. Dos sombras se abrazaron, un susurro alentador rompió el silencio, el niño rompió a llorar pero una sombra maternal ahogo el llanto con suaves palabras susurradas entre dientes al oído de la criatura.

Le tocaba hablar.

Con manos torpes y temblorosas desdobló el papel. El silencio era total, el viento sacudía al pequeño trozo de papel, tan débil, tan frágil. Dos enormes lágrimas saladas cayeron encima del escrito. Casi no se podía leer la pequeña y apretada letra escrita en tinta azul. La voz moría en su garganta. Era incapaz de pronunciar una sola sílaba. Tenía la boca seca, la cabeza llena de recuerdos y el corazón de sentimientos. Abrió la boca pero solo salió aire. Volvió a doblar apresuradamente el papel, lo lanzó al hoyo. Se le nublaba la vista, las lágrimas llenaban las cuencas de sus ojos. El olor de tierra mojada estaba presente en todas partes, como un dios al que se veía obligada a venerar. El viento frío agrietaba su rostro. Sollozaba. Alguien dijo unas palabras emotivas. Otro rompió a llorar silenciosamente. El perro aullaba. El que había estado cavando esparció las cenizas. Encima plantaron cuidadosamente las semillas. El metal de la pala chocando contra el suelo, plan, plan, plan…

Y de allí brotó el rosal. Sin duda el rosal más hermoso de todos. Pues estaba regado con las lágrimas de aquellos que la querían y se nutría de los pedazos de corazón arrancados por la tristeza y el dolor, los bellos recuerdos eran su esencia y las más grandes y hermosas rosas, frutos de su anterior vida.

Pasaron los años y aún aquellos que en vida le tuvieron envidia le tuvieron también en muerte. Pues el magnífico rosal creció oloroso, rojo, recto, espinoso, fértil y hermoso. De una forma u otra ella vivía en aquellas flores, igual que sus camisas floreadas, que su buen entendimiento, que su cariño y su amor por las personas y la vida. La visita al rosal se convirtió en tradición, la historia fue de boca en boca deformándose con el paso del tiempo. Se decía que su alma alentaba al rosal a crecer más rápido y mejor que las demás plantas, del mismo modo que ella había alentado a tanta gente a enfrentarse a sus temores, a vencerlos y a conseguir aquello que se habían propuesto. La mujer pueblerina que su familia tanto había querido pasó a ser heroína. Pero el rosal siguió allí, único testimonio de la dura, triste y cruel realidad: Vivir conlleva morir. El rosal que ahora adoramos algún día morirá, pero al plantarlo ya sabíamos su fin. Cada vez que nace un niño se le está condenando a morir. Pero a la muerte en si no se le teme, pues todos tenemos integrado en nuestro interior el destino final. Se teme a la forma en que muramos, al dolor, a la tristeza de los demás, a la desgracia de los tuyos. Se teme aquello que no podrás ver, imaginar el desasosiego de aquellas personas que te importan, pensar en cómo seguirá la vida sin ti, caer en el olvido, se teme ser lo que siempre hemos sido; nada.

Pero aún hay algo peor que la muerte física, la muerte de la voluntad, del alma. Ella murió pero siguió tanto en el recuerdo como en el rosal, sin embargo la hermana aparentemente vivía. Su cuerpo desempeñaba las funciones vitales a la perfección, el corazón latía constante, los pulmones respiraban, los riñones drenaban y el cerebro controlaba. Pero de todos modos no estaba viva, era un cuerpo que andaba, comía y respiraba. No sentía más que dolor, angustia y desesperación. Hacía mucho tiempo que la vida había dejado de tener ningún sentido para ella, se limitaba a esperar su fin. Quería que llegase lo antes posible, lo anhelaba. Se había pasado la vida soñando y un duro golpe la había obligado a despertar. Al hacerlo la multitud de injusticias e incongruencias de la realidad se le clavaron cual dardos en el centro del corazón. Cortando así, de cuajo, cualquier atisbo de felicidad o buenos sentimientos, condenándola a vagar por la tierra sin pertenecer del todo a ella. Se pasaba largas horas lamentándose sintiendo un dolor terrible por la pérdida de alguien a quien amaba, respetaba e idolatraba. La muerte no era algo nuevo para ella, sus padres envejecieron y murieron mucho antes, pero eso ya lo esperaba. Los padres mueren antes que los hijos, la naturaleza sabia se lo había mostrado de bien pequeña teniendo como escenario el bosque y los corderos y el zorro de personajes. Pero para ella los hermanos duraban hasta siempre. Jamás se había planteado aquello ni nadie le había abierto los ojos. Su único consuelo era cuidar, observar, podar, regar y oler el hermoso rosal que contenía infinidad de partículas que antes le habían pertenecido.

Entre lamento y lamento la vida fue pasando como un débil suspiro, seco y sin aliento. De tanto lamentarse la vida se había escurrido entre sus dedos y ahora ya era demasiado tarde para poder agarrarla con fuerza y no dejarla escapar. Tuvo que resignarse a extender el brazo con todas sus fuerzas para acariciar con la yema de los dedos algo parecido a la vida durante unos largos meses de agonía en los que sufrió ella y su familia, así como los médicos que no atinaban a encontrar la causa de tanto dolor y frustración. Y así fue como la hermana murió muerta pues durante muchos años no había sido más que un muerto en vida.


Once de Noviembre de 2006

lunes, 3 de noviembre de 2008

El tiempo debe detenerse

Pero el pensamiento es esclavo de la vida

y la vida se deja engañar por el tiempo,

y el tiempo, que cuida del mundo todo,

debe detenerse. (W. Shakespeare)

Saludos lectores,

Otra vez voy a hablar de Aldous Huxley pero esta vez con algo que no tiene nada que ver con la ciencia ficción, con una gran obra aparte de su trayectoria literaria. Escribiré brevemente sobre El tiempo debe detenerse. Título que Huxley tomó prestado de los versos de Shakespeare que amablemente os he escrito al inicio de la entrada. Esta novela la escribió en 1944 en pleno seno de su época mística, así pues puede considerarse como un ensayo filosófico-religioso que casi roza al psicoanálisis de todos sus personajes.

La trama en si puede parecer en extremo sencilla, se trata de las desventuras de Sebastián, un adolescente extremadamente tímido de engreída alma de poeta, un muchacho de diecisiete años atrapado en un cuerpo que inspira cariño y ternura debido a sus facciones infantiles. Pero eso tan solo es el pretexto para hablar de algo mas profundo, sus mentiras, sus enredos y las consecuencias de todo ello sirven de fondo para que los caracteres humanos se muestren bajo nuestros ojos en toda su magnitud y su gloria. Capítulo a capítulo Huxley va desgranando el comportamiento humano hasta llegar al epílogo dónde se muestra la humanidad en toda su grandeza y en toda su miseria; la preocupación espiritual y religiosa se refleja en un alarde de superación analítica.

Con uno de los personajes, Eustace Barnack, el lector puede descubrir el más allá de un espíritu torturado. Un lugar lleno de luces titilantes que llaman tu atención, dónde los actos más placenteros de tu vida te son mostrados como aberraciones de la naturaleza y dónde, por supuesto, el tiempo no existe. A través de Bruno Rotini podemos acercarnos a creer saber qué es aquello del conocimiento que da la paz interior, la paz del alma. Y con Sebastián recorremos el camino del dolor y la decepción que lo conducen hacia su meta personal, eso si a costa del abandono de su cuerpo a la maldición de la culpabilidad perpetua. Con Victoria descubrimos la auténtica majestuosidad de la femme fatale cauta, calculadora y absolutamente contundente en sus determinaciones. Mientras que con la señora Ockham vemos reflejado el insaciable espíritu maternal de una viuda cuarentona que intenta saciarlo a costa del desventurado Sebastián. La señora Gammble es la decrepitud de la vejez, la ceguera tanto física como intelectual hacia el mundo que la rodea y la obsesión hacia los fantasmas y las tinieblas del más allá al que ella parece burlar año tras año...

Y bueno, creo que esto es lo básico que hay que saber para adentrarse con ganas en este poco común mundo de Huxley.