¡Saludos lectores!
Para gratitud de Roberto este mes os dejo con un relato propio de hace mucho tiempo (Marzo del 2006).
TIEMPO
***
Completamente
ensimismada iba dejando que transcurriera el tiempo. En ese momento no le
importaba para nada estarlo perdiendo. Su visión del mundo en esos instantes se
veía reducida al pequeño trozo de papel que llevaba en sus manos. Para nada le
importaba el resto del universo. Dejaba pasar miles de paradas de metro, hacía
más de media hora que debería haber bajado, pero no se veía capaz de entrar en
casa. No podía imaginarse aparecer frente a sus hijas y contarles lo que
ocurría. Tampoco quería hacerlo. Si pudiese se dedicaría a negar la realidad,
pero era una mujer racional, razonable y de mentalidad clara. Los hechos eran
unos, había que aceptarlos. Solo estaba asustada porque esas noticias asustan a
cualquiera.
En un descuido miró
el reloj, y vio que apenas le queda tiempo para acudir a su cita. Como cada
martes había quedado para comer con su marido. Teniendo vidas tan separadas
intentaban encontrar siempre momentos para estar juntos. Sin embargo de hacía
un tiempo a ahora las cosas ya no eran las mismas. Se habían vuelto más fríos y
se les agotaban los temas de conversación. Ella incluso había llegado a pensar
que ya no se amaban. Que ni siquiera se querían. Por supuesto eso la
entristecía más que cualquier cosa, pues él era el hombre de su vida y deseaba
volverle a amar como al principio.
Ese martes iba a
ser distinto. Ella iba a contárselo todo, tenía la esperanza de poder salir
juntos del paso. De afrontar los dos las dificultades, como lo hacían antes.
Pero no podía dejar de pensar en la extraña sensación de que algo iba a ir mal.
Bueno, de que algo iba a ir aún peor.
***
Llegó un poco antes
al restaurante de siempre. Estaba bastante nervioso y volvió a recaer en el
vicio de morderse las uñas. Sabía que eso ponía de los nervios a su mujer, por
eso intentó dejar de hacerlo. Pero ese martes era distinto, las cosas iban a
cambiar. Había tomado la decisión de contarle todo a su mujer. No podía seguir
ocultándole su infidelidad, no podía seguir con el rol de familia feliz porque
a ella ya no la amaba. Siempre habían apelado a la sinceridad como base de su
relación y él llevaba demasiado tiempo fallándole, no se lo merecía.
Se sentó en la mesa
de siempre y pidió su comida preferida. Quería darle un buen ambiente para
recibir la noticia porque sabía que iba a romperle el corazón. De todos modos,
hacia un tiempo que las cosas entre ellos no funcionaban y en su día
prometieron no dejar llegar ese momento. Habían fracasado en eso, pero los
recuerdos que albergaban eran del todo felices.
Comieron en
silencio, ninguno de los dos se atrevía a decir nada. Romper esa atmósfera
significaba aceptar que las cosas iban a cambiar. Ya, cuando trajeron el postre
ella se armó de valor y le mostró el pequeño papel que llevaba en el bolsillo.
Intentó suavizarlo todo lo que pudo, pero él se hundió más que nunca. No podía
ser que ese mismo martes le hubiesen diagnosticado a ella un cáncer terminal.
El mismo martes que él iba a dejarla. Se sintió el ser más miserable de la
tierra y optó por no decirle nada. No se lo merecía.
Cuando su mujer fue
al baño, él, lloró en silencio. Lloró como nunca había llorado. Iba a
permanecer a su lado hasta el final, como antes, afrontando los dos juntos las
desventuras. Ese mismo martes, dejó a su amante.
A base de cuidar a
su mujer, de proporcionarle los mayores cariños volvió a enamorarse de ella
como la primera vez. Incluso más. La amaba más que nunca aún sabiendo que su
fin estaba cerca. Ella fue mucho más feliz durante sus últimos días que en toda
su vida. El amor que sentía hacia su marido era infinitamente mayor al amor que
había sentido nunca.
Por otro lado su
fin estaba cerca, ambos lo sabían. Y ella murió en casa, abrazada a su marido
con la sonrisa más hermosa asomando a sus labios. Él quedó destrozado para
siempre y jamás pudo amar a nadie como amó a su mujer los últimos días porque a
fin de cuentas, siempre había sido la mujer de su vida.